11 semanas y algo. Sábado por la tarde. El lunes tengo la primera ecografía.
Al ir al baño me encuentro sangre. Me asusto. Estoy con otras personas, hemos estado haciendo un trabajo durillo y la culpa de que igual me he pasado con el esfuerzo flota en el aire.
Me acerco a urgencias acompañada. Esperar, esperar… en la sala hay otras mujeres, todas embarazadas. Una tiene una gran barriga.
Al fin entro, yo sola. Me dicen que no hay latido, que paró el crecimiento hace algunas semanas. Y que no pueden hacer nada hasta el lunes. Que vuelva el lunes (yo, que iba a ir a la primera eco) y me ponen blablabla. Salgo, lloro, nos vamos a casa.
Domingo. Después de la comida, todo el mundo se dispersa. Yo noto humedad, siento que hay más sangre. Me voy al baño. Hay mucha sangre, así que me quedo allí. Pasan las horas. Las personas que me acompañan se acercan a ratos, por si necesito algo: ¿compañía? ¿comida? ¿ir al hospital?
Acabo por coger un libro… y me lo acabo, en el baño, después de horas, ya de madrugada. Estoy triste y contenta a la vez. Triste, es obvio. Contenta, porque sé que mi cuerpo está respondiendo. No quiero que me hagan ninguna intervención en el hospital.
Lunes. Primera hora, en el hospital. Me siento un poco zombie, después de no haber dormido y del cóctel de emociones. Explico lo que ha ocurrido. Tengo que insistir para que me hagan primero una eco, para comprobar que tenga o no “restos”. Al final me la hacen y, efectivamente, no queda nada del embarazo en mi cuerpo. De nuevo, triste y contenta. Era mi primer embarazo.
Quiero compartir también que la culpa, la vergüenza… estaban ahí. Yo sabía que no era nada que yo hubiese hecho. Es más, la fecha de parada de crecimiento coincidía con una visita al ginecólogo que tuvo la idea de hacerme un tacto vaginal, apretando con ganas y avisando de que igual sangraba (y sangré).
Esa fue la primera y última vez que me bajé las bragas en ninguno de mis embarazos.
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En mi caso, no encontré entre tanta sangre al bebé que sí, llegó. En un parto, con contracciones… Llegó físicamente, pero no llegó todo lo demás: las caricias, los llantos, las risas, las cacas, la teta, sus ojos mirándome…
Y no voy a entrar en la pesadilla de los meses posteriores, con la gente preguntando feliz que qué tal, después las caras de lástima, los comentarios vacíos y paternalistas. La nueva búsqueda del embarazo, el miedo a que vuelva a ocurrir… y que pase de nuevo.
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En mi caso, no encontré entre tanta sangre al bebé que sí, llegó. En un parto, con contracciones… Llegó físicamente, pero no llegó todo lo demás: las caricias, los llantos, las risas, las cacas, la teta, sus ojos mirándome…
Y no voy a entrar en la pesadilla de los meses posteriores, con la gente preguntando feliz que qué tal, después las caras de lástima, los comentarios vacíos y paternalistas. La nueva búsqueda del embarazo, el miedo a que vuelva a ocurrir… y que pase de nuevo.
Creo de verdad que darle visibilidad va a ayudar. Ayudará a sensibilizar a más profesionales, que falta sigue haciendo. Pero también ayudará a otras mujeres: normalizando que es una pérdida, que necesitamos vivir ese duelo. Y quizá, algún día, en vez de volver a tu trabajo llorando, puedas tener una baja para recuperarte de esa experiencia.